Irma Serrano, mejor conocida como La Tigresa, fue un personaje que desbordó los límites de la política y el espectáculo. Rebelde, polémica y extravagante, también supo construir a su alrededor una leyenda teñida de misterio y ocultismo. El lugar donde esa aura se condensó con mayor fuerza fue el Teatro Fru Fru, espacio que adquirió en 1973 y que convirtió en un santuario barroco lleno de excesos: columnas doradas, candelabros recargados, esculturas con formas fálicas y, en el centro de todo, un demonio monumental conocido como El Patrón.
La historia de El Patrón parece salida de una novela gótica. Según relató la propia Serrano en A calzón quitado (1978), escrito por Elisa Robledo, el origen de la estatua se remonta a una visita a la casa del cacique potosino Gonzalo N. Santos. Ahí conoció una escultura de más de dos metros, desnuda, con los brazos alzados y un gesto feroz en el rostro. Serrano confesó:
“Me enamoré a primera vista”.
Santos explicó que la pieza había sido tallada en madera del llamado Árbol de los Ahorcados, en cuyo tronco se esculpió también una Virgen de la Soledad para sustituir la que había sido destruida en su pueblo durante la Revolución. Con el sobrante, un escultor oaxaqueño talló dos demonios idénticos. Uno se quedó con Santos; el otro, desaparecido durante años, reapareció frente a Serrano en una tienda de antigüedades en la Ciudad de México.

El destino estaba marcado. Serrano lo compró sin titubeos por 150 mil pesos de la época y lo llevó primero a su casa, junto a la imagen de San Caralampio, su santo predilecto. Allí mismo acuñó una frase que retrata su visión ambigua entre lo sagrado y lo profano:
“A mi Caralampio le recomiendo a mi mamá, mi casa y mi dinero. Al Diablo le pido fregar a quien se me ponga en contra”.
Con el tiempo, el demonio pasó a presidir el escenario del Teatro Fru Fru, convertido en talismán, espectáculo y provocación.

Un teatro entre lo esotérico y lo profano
En el Fru Fru, la estatua no fue solo decoración. Se decía que actores y técnicos tocaban a El Patrón para atraer buena suerte, y que otras figuras con cuernos servían como altares improvisados donde se dejaban dulces a cambio de éxito en las funciones. La teatralidad del recinto era inseparable de su aura ritual: un espacio donde el arte, la sensualidad y lo oscuro se entrelazaban.
Serrano alimentó deliberadamente esa atmósfera. En entrevistas afirmó practicar brujería negra, y llegó a posar junto a Anton LaVey, fundador de la Iglesia de Satán. Sus declaraciones fueron siempre ambiguas, jugando entre la confesión y la provocación mediática. Para muchos, fue parte de su estrategia de construcción de un personaje público más grande que la vida misma; para otros, evidencia de una auténtica inclinación por lo oculto.

El demonio dorado trascendió las paredes del Fru Fru. Aparece en la película Naná (1979), dirigida por Serrano junto a Rafael Baledón, producción que escandalizó a la censura oficial de la época por su erotismo y simbolismo irreverente. Allí, El Patrón compartió créditos con actrices como Verónica Castro e Isela Vega, consolidándose como parte de la iconografía personal de La Tigresa.
Hoy, El Patrón es más que una escultura: es el emblema de cómo Irma Serrano hizo del espectáculo un escenario de transgresión, misticismo y poder simbólico. La estatua tallada en la madera de un árbol maldito, las confesiones de brujería, las ofrendas teatrales y su relación con figuras como Anton LaVey forman un mosaico donde lo cierto y lo legendario se confunden.
El eco de La Tigresa sigue vivo en el Fru Fru, donde su demonio dorado aún custodia los pasillos como recordatorio de una mujer que supo convertir el escándalo y lo oculto en arte.
En esta misma línea estética, la interpretación de La Venus de Fuego en la película Naná (1985) resulta reveladora: Serrano encarna a un espíritu erótico envuelto en el fulgor del deseo y la condena, cuya puesta en escena evoca la tradición de los rituales de invocación y las danzas extáticas. La canción —con su insistencia en la pasión abrasadora y la fatalidad amorosa— se convierte en un espejo del propio Teatro Fru Fru, donde las esculturas demoníacas y los decorados recargados dialogaban con una visión mística y carnavalesca de lo prohibido. Así, la “Tigresa” no solo actuaba, sino que componía un universo simbólico donde el erotismo, lo oculto y lo teatral se fundían en un mismo gesto de desafío cultural.
Fuentes consultadas
• Serrano, Irma. A calzón quitado. México: Editorial Posada, 1978.
• “Teatro Fru Fru.” Wikipedia. enlace
• “El Patrón, el diablo dorado del Teatro Fru Fru.” The Film Tours. 2023.
• “Irma Serrano y su afición por la magia negra.” Quién. 2023.
• “Irma Serrano, la Tigresa: ¿era satanista y adoradora del demonio?” N+. 2023.
• “El Teatro Fru Fru y sus fantasmas.” Chilango. 2023.
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