El canto del Alabado: oración y consuelo en los funerales del México profundo

En muchos pueblos de México, cuando alguien muere, la noche se llena de murmullos, rezos y velas encendidas. Entre los rezos y las lágrimas, una voz se alza con solemnidad y dulzura: “Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar…” Así comienza uno de los cantos más antiguos y sagrados de nuestra tradición popular: el alabado, una plegaria que acompaña a los difuntos en su tránsito hacia el descanso eterno.

Una herencia viva.
El alabado tiene raíces que se hunden en los siglos coloniales, cuando los misioneros españoles enseñaron a los pueblos indígenas cantos religiosos como forma de evangelización. Sin embargo, como suele suceder en la historia viva de México, la gente del campo, las comunidades indígenas y mestizas lo hicieron suyo. Con el tiempo, el alabado se transformó: dejó de ser sólo una doctrina cantada y se volvió una expresión profundamente humana de duelo y esperanza.
En regiones como Michoacán, Oaxaca, Guanajuato, Chihuahua, Zacatecas y el altiplano potosino, los alabados se cantan en velorios, procesiones fúnebres o durante el novenario. Son una especie de rosario cantado, donde la comunidad se une en voz y silencio para acompañar el alma del difunto. La melodía es lenta, casi monótona, y sin embargo, tiene algo hipnótico: el canto sostiene el ánimo, marca el paso del duelo, abre una grieta entre la tierra y el cielo.

Canto-puente entre los mundos.
Los alabados son, al mismo tiempo, oración y rito de paso. Cuando la voz del cantor se eleva en la penumbra de la casa velatoria, algo se transforma: el dolor encuentra forma en el sonido, el miedo se aquieta, y la muerte deja de ser enemiga para volverse misterio. Es un momento en que la comunidad recuerda que la muerte no es ausencia, sino tránsito.
En algunos pueblos, el canto del alabado lo dirige una persona mayor o un rezandero. Su voz tiembla, pero también guía. Canta pausado, mientras otros responden, en un ir y venir de voces que consuelan. Al fondo, las velas parpadean sobre el cuerpo cubierto con flores, y la fragancia del copal o del incienso llena el aire. No hay música instrumental: sólo la voz humana, antigua, desnuda, acompañando el paso de un alma.

Fragmentos.
A lo largo del país existen múltiples versiones del alabado. Algunas son muy largas, con decenas de estrofas; otras más breves, según la costumbre local. A continuación, se presentan algunos versos tradicionales que aún se conservan en la memoria oral:


Alabado sea el Santísimo,
Sacramento del altar,
sea por siempre alabado,
el divino celestial.
Ya el cuerpo yace en la tierra,
el alma sube al Señor,
que la reciba en su gloria,
con su infinita pasión.
Madre Santísima, ayuda,
al alma en su caminar,
que no tema las tinieblas,
ni el juicio del más allá.


Estas líneas, humildes y repetitivas, actúan como una letanía. No se cantan para lucirse, sino para sostener el silencio, para tejer consuelo en torno a la pérdida. En ese sentido, el alabado pertenece tanto al campo de la religión popular como al de la poesía espiritual de los pueblos.
Entre el duelo y la fe
Escuchar un alabado es, en sí mismo, un acto de comunión. Las voces se entrelazan como rezos antiguos, y cada palabra lleva la carga de siglos de fe, dolor y esperanza. En un país donde la muerte ha sido maestra y compañera, el alabado nos recuerda que aún en el momento más oscuro, la palabra cantada puede abrir camino hacia la luz.
En un velorio rural, alguien puede levantar la voz y comenzar sin aviso:
“Alabado sea el Señor que nos da la vida y nos la quita…”
Y todos, en silencio, escuchan. Porque ese canto no sólo despide al muerto; también reconcilia a los vivos con el misterio de su propia finitud.



Fuentes:
• Archivo de la Fonoteca del INAH, colección de cantos funerarios del Bajío y del norte de México.
• Observaciones de campo de Vicente T. Mendoza, El romance español y el corrido mexicano (Fondo de Cultura Económica, 1954).
• Testimonios de campo recogidos en el Atlas de la Música Tradicional de México (UNAM, 2003).
• Tradiciones orales compartidas en comunidades de Guanajuato, Michoacán y Chihuahua.


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